6/3/21

Se pospone FIVAC

 

 




Se pospone FIVAC

El Comité Organizador del Festival Internacional de Videoarte (FIVAC) informa que la novena edición del evento, originalmente prevista del 5 al 12 de abril, ha sido pospuesta para los días del 14 al 20 de noviembre próximo. Múltiples han sido las razones que nos han conducido a esta decisión, aunque si tuviéramos que distinguir solo una de ellas, lo resumiríamos en las palabras de Diana Rosa Pérez Legón, Productora General, quien expresó: “Hasta sin dinero hemos hecho FIVAC, pero nunca lo hemos hecho sin la gente”.

Luego de ocho ediciones exitosas y un sólido recorrido como plataforma cultural, los organizadores del evento hemos preferido posponer el encuentro antes que cercenar el proyecto en varios de sus rasgos esenciales. FIVAC no surgió como un encargo de nadie y no responde a estrategias de conveniencia exclusivamente centradas en el simple hecho de “cumplir”. Este es un evento que responde a las expectativas de quienes buscan en cada reunión la oportunidad de crecer, de iluminar, de procurar la satisfacción en el acto insustituible e irrenunciable del diálogo inteligente.

Hasta hace apenas unos días, confiábamos aún en la posibilidad de hacer FIVAC desde la combinación de lo presencial y lo virtual, pero la situación epidemiológica que todavía existe en Cuba y el mundo nos alejan de esa intención. Desde hace varias ediciones, FIVAC ha encontrado en las redes sociales y plataformas digitales un aliado poderoso para ampliar nuestro alcance, pero no nos complace la manquedad de un encuentro en el que sus invitados no puedan compartir algo más que sus ideas que, si bien puede ser muy importante, no es lo único por lo que hacemos FIVAC.

Los abrazos en cada llegada y cada despedida, los proyectos que emergen en una calle cualquiera de la ciudad, la calidez y la complicidad de una sesión de trabajo fuera de programa hacen que FIVAC sea mucho más que sesiones teóricas y proyecciones de obras. Somos una zona cultural, somos un ámbito para el pensamiento comprometido e inquieto, somos lo que Jorge Luis Santana, presidente de FIVAC, ha querido siempre que seamos: “un espacio alternativo, inasible desde las hegemonías y atento a todas las pulsaciones de la videocreación nacional e internacional, pero hecho, sobre todo, por y para esta ciudad que con tanta historia, memorias y tradiciones es capaz de leer la y hablar desde ella.”

Nosotros confiamos en el reencuentro de noviembre y necesitamos que los artistas, los críticos, los curadores y el público también confíe y nos espere.

 

Comité Organizador

FIVAC

8/2/21

A las puertas del 9no FIVAC

 

 


Cuando el 29 de abril de 2019 clausurábamos la 8.a edición FIVAC, ninguno de nosotros pudo imaginar, ni siquiera sospechar remotamente, que la certeza del reencuentro bienal se diluiría en unas circunstancias tan caóticas como inverosímiles. El año terminaba con las primeras noticias de un verdugo raro que se apoderaba de los confines asiáticos y el 2020 comenzaba, además de con todas las ojerizas por ser bisiesto, con el inexplicable colapso sanitario de la vieja Europa. El salto a América fue solo cuestión de tiempo, y hasta hoy las estadísticas siguen siendo expresión de un planeta con tantas fracturas y dislocaciones que alarman. La pandemia provocada por el SARS-CoV 2 ha desnudado, una vez más, no solo la fragilidad y vulnerabilidad de los seres humanos sino la inviabilidad sistémica de una arquitectura ideológica obsoleta, egolátrica y corrompida. Pero ese es tema para otra ocasión.

Hoy, cuando van faltando casi 50 días para la inauguración de la novena edición, nos hemos cuestionado casi todo, incluso la propia pertinencia de una celebración. Sin embargo, hemos decidido apostar por la experiencia de colocarnos en un escenario de contingencia, en un escenario percutor de todas las inteligencias posibles en aras de una nueva mise-en-scène, acaso menos cálida pero igual de imprescindible en tiempos en los que la mayoría de las compensaciones se amontonan en una larga lista de espera. Hoy queremos hacer FIVAC porque sigue existiendo el propósito inicial que nos impulsó, pero también porque abandonar —siempre más fácil— hubiera sido renunciar a la posibilidad de ser, de alguna manera, una reacción, un ademán de inconformidad, una disensión con lo improbable. Sabemos de antemano todo lo que nos faltará, todo lo que extrañaremos, pero necesitamos confiar en que los agradecimientos y provechos finales estarán, tal cual han estado por más de una década de trabajo ininterrumpido.

Más de un centenar de artistas proveniente hasta ahora de 32 países ya han inscrito sus obras para la próxima edición, mientras que otros profesionales —curadores, críticos, investigadores, galeristas— han enviado sus propuestas para las sesiones teóricas. Tanto para la inscripción de obras como para la inscripción de intervenciones, el plazo de admisión cierra el próximo 14 de febrero y las decisiones de los respectivos Comité de Selección y Comité Académico se darán a conocer en los días subsiguientes a esta fecha. Si fueras de las personas que han convertido este impasse en acicate para la creación más que en desaliento para las ideas, no permitas que la imposibilidad de juntarnos le gane a la posibilidad de concordar, de construir, independientemente de las distancias obligatorias instauradas.

Pronosticar los posibles entornos para la novena edición no es nuestra verdadera prioridad. Estas se definen en otros derroteros; se perfilan no desde las adivinaciones sino desde las certezas fundamentales de la acción mínima y persistente. Sabemos, y de alguna manera nos asusta, pero no nos paraliza, que FIVAC no volverá a ser el mismo, como tampoco lo seremos nosotros. Internet, ese poderoso ecosistema global, llegó a Cuba con varios lustros de retraso, pero los de la isla nunca hemos sido pusilánimes para enfrentar lo desconocido. Las redes sociales, las plataformas interactivas, la conectividad y virtualidad casi infinitas de estos días serán nuestros aliados, pero no los únicos ni los mejores. Deberán compartir su protagonismo con hombres y mujeres reales, con el poder sugestivo de la creatividad, con la capacidad y la posibilidad de pensar responsablemente. Sabemos desde McLuhan que los medios no son ajenos al mensaje, sino que lo condicionan y, en algunos casos, lo determinan. Pero, más allá de aquellas sentencias lo más importante debe seguir siendo el ser humano y sus maneras para apropiarse del mundo. FIVAC es eso: una manera humana de apropiación del mundo y a esa experiencia te invitamos.

 

Comité Organizador

17/2/20

Distopías de invierno



      




Lo importante no es mantenerse vivo sino mantenerse humano.
George Orwell

Cuando pienso en “distopía”, no consigo más que presentir jalones antinómicos que establecen una topografía perversa y despiadada para un espectador sin demasiados asideros. Caos e incertidumbres, manipulación y adoctrinamientos, desesperanzas y advertencias sobrevienen luego de un desgarramiento existencial de quienes comulgan y blasfeman con la misma naturalidad de quienes matan y bendicen. También presiento una fuga, una fuga que se antoja opción de última instancia, que dibuja o desdibuja una realidad distante pero asible, que nos implica, aunque no nos duela todavía; como un futuro, que más que futuro, es un no-presente ligeramente demorado.
La distopía, como recurso escritural, deviene escenarios fascinantes en los que la irrealidad, sin dejar de serlo, habilita espacios para lo posible y la ficción menos probable se deja sesgar por realismos inexplicables en contextos no establecidos. Lo confieso: las distopías, las buenas distopías, me abducen —a pesar de mí misma. Por una parte, generan en mí una sensación de angustia irreparable que me hace dudar de casi todo y, por otra, operan como imantaciones lujuriosas de un morbo incómodo pero sincero. Como si la posibilidad de imaginar el futuro hubiera caído en la trampa de no merecerlo o como si de tanto merecer el futuro nos hubiéramos extraviado en la meta de conseguirlo.
La perturbadora capacidad de las ficciones distópicas para alienar, subvertir, incluso enmascarar presagios devastadores tras la etiqueta de lo remoto nos coloca, una y otra vez, ante la peligrosa disyuntiva de creer o no creer, involucrarnos o distanciarnos, servir y acatar o desobedecer y pecar. Esas polaridades tensas e irreductibles entre contenidos hipertrofiados y continentes desbordados de vacíos colonizan universos en los que la vida resulta un acto de necesaria crueldad, de imprescindible anulación, de impostergable abandono de lo que hemos sido. No caben las alternativas; no cabe la alteridad; todos somos oblicuos en un mundo que nos hace más oblicuos todavía. ¿Acaso un nuevo ideal de perfección?
Pero siempre surge —o queda— un díscolo; alguien que no confunde lo habitual con lo natural; alguien que prefiere pensar antes que balbucir en las neo-lenguas de turno y, sobre todo, alguien que no teme conservar el halo frágil y esencial de la condición humana. Esos epígonos de la memoria, esos rastros peligrosos de un pasado que no termina de desvanecerse, esos hijos escapados de la voracidad de su tiempo hacen de las distopías escenarios creíbles, posibles, tangibles; y dejan la sensación de que ese futuro extraviado puede encontrar su punto de retorno, ahí, exactamente ahí, donde nadie presintió el cisma. ¿Utopía?
                          
Distopías de invierno es una muestra que reúne obras cautas, sobrias y ajenas de entusiasmos virales. Son obras cuyos resortes no se desnudan ante el primer flirt, son escurridizas y, quizás, hasta difíciles de ver. No hay guiños de soberbia, como tampoco licencias de seducción fácil. En ellas que no cabe la insinceridad de la complacencia porque prefieren explorar la intimidad de los anónimos y silenciados. No hay grandilocuencias; no hay espasmos ni sobresaltos. Hay enigmas, insatisfacción, ensimismamientos, anhelos incomprendidos… también hay experiencia vital, dolor, perdones sutiles por inmerecidos despojos, y poesía; sobre todo poesía encendida y contenida a la vez, que pone a prueba nuestros arsenales para comprender el mundo.
Por último, estoy convencida de que, en la mayoría de los casos, los autores nunca procuraron las apocalípticas aceptaciones de una distopía convencional y mucho menos edificaron sus discursos desde las prácticas estéticas futuristas. Para casi todos ellos el presente es el tiempo de sus obras, aun cuando, la inverosimilitud, la irrealidad, el desconcierto las ubiquen en una coordenada que todavía no llega y que juega a movilizar en nosotros la expectación por lo que será. 

Teresa Isabel Bustillo Martínez